¡Hola Enano!
Ya es tarde para disfrutar de una conversación con Enano, el
perro sato que nuestro hijo rescató de la calle siendo cachorro para devenir un
entrañable socio de vagabundaje. Durante diecisiete años. Hasta el momento
fatídico, cuya carga dolorosa huelga explicar a quienes alguna vez se hayan trenzado
en el cariño con esos pequeños seres que tanto nos refrescan el corazón.
Además, dudo que la perspectiva abierta ahora por la controvertida Inteligencia Artificial de comprender su lenguaje añadiría algo de lo que él, como tantas mascotas desde que el mundo es mundo, fue capaz de trasmitir con sus zalamerías y una gestualidad que, por cierto, no estuvo exenta de mala leche…
Pero, desde luego, si entusiasma saber que los avances de la nueva tecnología experimentada en el Earth Species Project, una institución sin fines de lucro basada en California, pudieran hacer realidad el viejísimo anhelo de platicar con los animales.
Creada en 2017 con el apoyo de generosos
mecenas, para decodificar las comunicaciones no-humanas mediante una máquina de
aprendizaje, profundizar el conocimiento de las demás especies
vivientes y favorecer su protección, la institución acumula una rica
documentación basada en el procesamiento electrónico del enorme volumen de
información obtenido de sensores implantados en los animales.
Por ejemplo, algoritmos que determinan el carácter de las emociones de cerdos al analizar sus gruñidos, el nivel de stress de roedores a partir de sus llamados ultrasónicos o los diálogos entre cachalotes, con el ambiciosísimo objetivo de rebasar las comunicaciones simbólicas entre animales sociales como primates, cetáceos y delfines y fijar baremos aplicables a todo el reino animal.
El punto de partida ha sido extrapolar a los animales el descubrimiento de que pueden traducirse lenguajes humanos diferentes y a veces distantes sin necesidad de conocimientos previos, comparando sus reacciones emocionales de alegría o dolor, a veces sin necesidad de sonidos, como en el caso de las abejas que danzan para orientar a sus compañeras hacia los macizos florales.
Otro proyecto transforma las vocalizaciones de ballenas jorobadas en micro fonemas que son devueltos para captar sus respuestas y en la Universidad de St. Andrews, Carolina del Norte, se intenta inventariar la vocalización de cuervos hawaianos, más compleja que la de otras especies, para facilitar su reintroducción selvática al superar el daño que impone a su canto el cautiverio.
En fin, el oceanógrafo Ari Friedlaender estudia en la Universidad de California la conducta de mamíferos acuáticos, con dispositivos electrónicos atados a su piel que siguen la ubicación y el tipo de desplazamiento, escuchan los sonidos del océano, ven lo que está viendo el animal y coteja automáticamente la actividad con sus expresiones sonora para establecer la posible correspondencia entre ellas.
Es una investigación laboriosa y habrá que superar la oposición de muchas voces autorizadas que, aun admitiendo la utilidad de identificar el repertorio vocal, dudan sobre el descubrimiento de su significado y funciones. Como el psicólogo Robert Seyfarth, de la Universidad de Pennsylvania, que sugiere volver a los métodos clásicos de observación para entender el juego social subyacente, obviando las limitaciones de la I.A.
Aunque admite tales retos, el profesor Aza
Raskin, líder de ESP, no renuncia al proyecto que tal vez permitiría, en un día
no lejano, satisfacer a los bichejos con el alimento más adecuado a sus
paladares o sacarlos a paseo en el momento justo para compartir con sus cuates
del barrio. Y, por qué no, con un poco de fantasía, escuchar desde el más allá
el saludo de nuestros inolvidables compañeros.
Varsovia, marzo de 2025.
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